POSEIDOS POR EL ESPÍRITU DE ATAPUERCA
En cabeza cinco hombres de potentes cuádriceps y gemelos definidos corren con la elegancia de las gacelas, aunque sus piernas guarecidas tras los pegotes de barro, de algún otro más rápido que ellos, estén a punto de la saturación. Los dorsales, anónimos al sufrimiento, ondean en unas camisetas aparentemente apretadas que esconden ríos de sudor montaña abajo. Y los pantalones cortos muestran caprichosos pliegues, que desaparecen y se transportan al ritmo de las alegres zancadas. Más atrás, los cuerpos se desmontan, las caras se desencajan, y el esfuerzo golpea con dureza en el pecho o en la espalda, pese a que un entregado público reconoce la épica de todo participante con un incesante y arrítmico aplauso.
Tal es la implicación del respetable, y el espíritu de la carrera que, de repente, personas de distintas edades sin previa preparación ni sustancial acuerdo se tiran al barro y empiezan a dar atropellados pasos. Pronto, entre dorsales, se ven camisas de cuello alto; entre los cortos aparecen pantalones largos, de pinzas y vaqueros; y las llamativas deportivas son acompañadas en el tránsito por rotundos mocasines, botas camperas y algún tacón alto, vislumbrándose en la seriedad de los rostros la exigencia de una lucha honesta.
Ya no cabe nadie más, todos corren y corren, y es tanto el amor al atletismo que pronto sobrepasan la meta y siguen corriendo, porque ya tienen el ritmo en el cuerpo, porque lo hacen en honor a nuestros ancestros, y sobre todo, porque el mamut que tras ellos va no sabe dónde termina la carrera.
Tal es la implicación del respetable, y el espíritu de la carrera que, de repente, personas de distintas edades sin previa preparación ni sustancial acuerdo se tiran al barro y empiezan a dar atropellados pasos. Pronto, entre dorsales, se ven camisas de cuello alto; entre los cortos aparecen pantalones largos, de pinzas y vaqueros; y las llamativas deportivas son acompañadas en el tránsito por rotundos mocasines, botas camperas y algún tacón alto, vislumbrándose en la seriedad de los rostros la exigencia de una lucha honesta.
Ya no cabe nadie más, todos corren y corren, y es tanto el amor al atletismo que pronto sobrepasan la meta y siguen corriendo, porque ya tienen el ritmo en el cuerpo, porque lo hacen en honor a nuestros ancestros, y sobre todo, porque el mamut que tras ellos va no sabe dónde termina la carrera.
Me has arrancado una buena carcajada, Cortacuentos.
ResponderEliminarUn abrazo.
Gracias Pedro. Me alegra que el textito haya servido de algo.
EliminarUna perta.