ASESINATO EN PEQUEÑAS DOSIS

Empecé a recibirlos con mucho gusto, me sorprendía la calidez con la que salían de la boca, me hipnotizaba la normalidad con la que se colaban por los oídos, me encantaba la suavidad de los dedos apoyados frágilmente sobre mis hombros, y esa mirada asertiva, ese cuello activo, esa afirmación constante. Luego, cuando llegaban al estómago empezaba a producir las mismas sensaciones multiplicadas por dieciocho, y así con un carro o dos, cargadito, intentaba acoplarlas en mi interior. Hacía la digestión con una sonrisa en la boca y dormía a pierna suelta sabedor de mi enorme valía. Así, fueron pasando los meses y yo, con mi esbelta figura, engordaba sin parecerlo a un ritmo desorbitado. Poco a poco fui aumentando tanto, que mi abuela se asustó, creyéndose responsable de mi levitar egocéntrico. Sí, es cierto, nadie te avisa de los efectos secundarios, nadie te advierte de esos comportamientos ególatras, de ese enfermizo creerse el ombligo… Pero lo peor lo sufren los seres queridos, los de al lado, aquellos que vierten una inocente crítica, a ti, que para los que saben de verdad, eres bueno, muy bueno… mejor todavía. Eres el puto amo, en lo que sea: practicando deporte, en tu oficio, con una cámara de fotos. “Qué triste, que venga un don nadie a decirte que esto o lo otro se podría hacer mejor”. “Menuda vida ruin debe tener el tipo”… Y así, sin saberlo, los efectos secundarios de tanto halago empezaron a matar mi sentido común.

Comentarios

  1. Miguel, un excelente relato que viene a indicar que el peor alimento de un artista son los halagos mal digeridos, pues pueden indigestar y convertir al susodicho en un ser alejado de la realidad. Cuando uno expone su obra públicamente debe saber encajar las criticas, sean buenas o malas, y en caso que se deba, tratar de mejorar.

    Buena crítica.

    Abrazos.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. La verdad es que la visión del mismo me parece interesante, más incluso que el propio relato, que aunque trata ese aspecto que mencionas, surge de la necesidad de hablar del halago como arma peligrosa. Y es que si bien está reconocer las potencialidades de los demás, el abuso resulta mortal.

      Una perta Nicolás.

      Eliminar
  2. Los halagos enferman cuando no conocemos nuestra verdad y eso es lo más difícil.

    Excelente!, me gustó.

    Abrazos.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Supongo que dificultades nos encontramos en más de un lugar. Pero cierto es que hay que saber contextualizar y relativizar las cualidades positivas de uno.

      Una perta.

      Eliminar
  3. A todo hay que darle el valor que tiene y nada más. Y uno no puede sentarse sólo para recordar lo bien que le fue ayer. O lo bien que le dijeron que fue, sino, acaba ocurriendo lo que dices, que te elevas del suelo sin darte cuenta. Y levitar sin más, no sirve para nada.

    Un abrazo.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Cierto es Miguelángel que hay que tener cuidado con inflarse demasiado. Pero bueno, lo cierto es que el micro, sin parecerlo, nació como crítica al recurso frecuente en algunas personas de adular, bailar el agua, regalar los oídos al resto, como modo único de relación, con el fin de soterrar pensamientos auténticos a la para que más negativos.

      Tendré que hacer una segunda versión más evidente.

      Una perta.

      Eliminar

Publicar un comentario

Entradas populares de este blog

ECOS DE UN LIBRO AUTOEDITADO

EL COMPLEJO (de) EDIPO

HABITACIÓN SIN BOMBILLAS (Relato que da nombre a un libro).