BAJO EL INFLUJO DE UN RETRATO

“…Algunos nos hemos levantado una vez antes de amanecer, después de una de esas noches de insomnio que casi nos llevan a enamorarnos de la muerte” y… aunque me hubiese gustado, este no era el caso. Lo cierto es que no sabía cómo había llegado, ni que hacía frente a ese retrato; pero rápidamente me sentí atraído por su fuerza. Cada pliegue de su cara, cada ínfimo detalle del rostro transmitía verdad, y el anciano semejaba ser de carne y hueso. El pintor del lienzo, con un sublime juego de luces y sombras, me había cautivado.

Interrumpido por el flash de algún osado retomé la sugerente imagen, escrutando cada milímetro del brillante cuadro. Fue entonces cuando me fijé en su mirada. Me llamó poderosamente la atención ver en la pupila derecha el reflejo de un hombre de pelo canoso, de mediana edad y fino porte, que observaba con avidez algo. Busqué ese mismo reflejo en la otra pupila… cuando caí en que el hombre descrito era yo. Me invadió la congoja más profunda que jamás haya sentido y, desbordado por lo surrealista de la situación, intenté huir. Era demasiado tarde; el óleo se había secado.

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