TINTA POR SANGRE

Recuerdo que guiado por el hastío, tras el primer año de guerra, me encaminé hacia la escuela, cerrada desde hacía unos meses. Entré por la ventana cuyos cristales rotos exponían el interior del edificio al frío invernal. Dentro permanecí varios minutos expectante: los pupitres estaban desiertos, huérfanos de niños; la pizarra conservaba las huellas de un pasado dichoso en el que las tizas, ahora fosilizadas, acariciaban su superficie dibujando líneas estilosas, gráciles, esbeltas… ; las paredes del aula ahora eran curvas, puesto que las arañas, en su afán de redondear el mundo, habían limado las aristas. Mientras, varias hojas bailaban junto a la silla de la señorita Carmen, la maestra, al ritmo que marcaban las ráfagas de viento que, sin permiso, se adueñaban del lugar. Junto a ellas, estirado sobre el suelo, estaba el cartabón señalando hacia la puerta. Parecía querer indicarme la salida. En ese instante fui consciente que no era tiempo de lápices.

Comentarios

  1. Qué desolador es ver que un colegio queda abandonado por culpa de la guerra o por culpa de los recortes en gasto público. Siempre se ha dicho que una cosa es útil cuando, al desaparecer, se echa de menos.
    Un saludo
    Juan M

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    Respuestas
    1. La verdad es cierta y la mentira no lo es. Por lo demás tan malas son las guerras como la ignorancia, y casi siempre lo peor son los daños colaterales de ambas.

      Supongo que siempre hay alguien que se alegra de que las escuelas pierdan capacidad o se cierren directamente.

      Una perta gorda.

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  2. Si te apetece compartir tus relatos, echa una ojeada a ésto
    http://280ypunto.blogspot.com.es/
    Un saludo

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