CATENACCIO (Segundo Premio en el XXXIV CONCURSO DE NARRATIVA CIUDAD DE ELDA)
13:55
Una de las pocas cosas positivas
que tiene estar desempleado es recoger a los niños. La madre de Zaira, casi
siempre, llega a menos cinco. Es extremadamente puntual. Tanto o más que guapa.
Tal vez es más correcto decir que de las pocas cosas positivas que tiene
recoger a los niños es la madre de Zaira. Es una isla pelirroja en medio de un
mar de marujas y de gritos. “¿Qué tal tu mujer?”, me pregunta. Recuerdo la
aguerrida defensa de Alfaro, siempre con el cuchillo entre los dientes. Y ella
sonriente. Los tacos clavados en mi espinilla. “Bien, ya sabes”. Con los niños
de la mano me despido. Balón a la grada. No
tan bien como tú es el pensamiento que me acompaña.
14:41
“¿Otra vez huevos con patatas?”
dice mi mujer metida en el cuerpo de mi pequeño. Imagino que mi hijo se la
habrá escuchado en alguna discusión.
Eso es lo que hay: huevos fritos y discusiones. Podría decirle que cuando sea mayor… pero mi destreza con las cazuelas es limitada. Que coma huevos ahora y cuando sea mayor, vegano. Mi mujer le inculcará esas mierdas. Es una carnicera atípica. Estudió psicología mientras yo daba patadas a un balón. Siempre fui un hombre de fútbol. Pero no de esos de transistor cantando los goles el domingo. Jugaba en el filial del Sevilla. Una promesa. Hasta la lesión. Pero quien ha sido una promesa, siempre arrastra algo. Como un pasajero en el andén de una vía muerta sujeto a su maleta. “Estos huevos son una mierda”. Puto vocabulario arrabalero. “Niño, habla bien, hostia”. La madre tiene un piquito de oro. Como si lo de psicología lo hubiera soñado. Pero no fue un sueño. Yo en Segunda B, con Monchi apostando por el filial. De la mano de Reyes. Pie con pie. Máximos goleadores. Y ella, en la biblioteca, hincando codos. No podía venir a verme ni cuando jugábamos en casa.
Eso es lo que hay: huevos fritos y discusiones. Podría decirle que cuando sea mayor… pero mi destreza con las cazuelas es limitada. Que coma huevos ahora y cuando sea mayor, vegano. Mi mujer le inculcará esas mierdas. Es una carnicera atípica. Estudió psicología mientras yo daba patadas a un balón. Siempre fui un hombre de fútbol. Pero no de esos de transistor cantando los goles el domingo. Jugaba en el filial del Sevilla. Una promesa. Hasta la lesión. Pero quien ha sido una promesa, siempre arrastra algo. Como un pasajero en el andén de una vía muerta sujeto a su maleta. “Estos huevos son una mierda”. Puto vocabulario arrabalero. “Niño, habla bien, hostia”. La madre tiene un piquito de oro. Como si lo de psicología lo hubiera soñado. Pero no fue un sueño. Yo en Segunda B, con Monchi apostando por el filial. De la mano de Reyes. Pie con pie. Máximos goleadores. Y ella, en la biblioteca, hincando codos. No podía venir a verme ni cuando jugábamos en casa.
15:21
Suena el teléfono. Corro tan rápido
como mi cojera me permite. Solo estuve orgulloso de ser patizambo cuando lo del
Doctor House. Espero una llamada. Llevo tres años esperando. Desde el despido.
En la pantalla Carmen, en mi cabeza del Nido. “¿Qué tal han comido?”. Verdad o mentira. La
vida es elegir. “Bien, bien, revuelto de setas con trigueros”. Suena irónico.
Conoce mis timbres. Empieza a ladrar al otro lado. Con lo del Doctor House también
me pasaba de irónico. Incluso compré un bastón. Apuntaba alto. “¿Qué quieres
que te diga?”. Siempre le pregunto, pero no tiene ni idea. Solo sabe lo que no
quiere. Si no era un portentoso delantero sería entrenador del Sevilla. “Venga,
no me jodas con esas, ya sé que estoy toda la mañana en casa”. La puta casa.
Como si hubiera hecho un casting para chacha. “Yo no elegí esta mierda”. Fútbol
del feo. Todo embarrado y a amarrar el resultado. Ella grita más. Temo incluso que
se entere el mayor. “Vale, vale”. Tocar el balón, rollo la España del Sabio. Tiqui, taca. Eso siempre gusta. Baja el
tono y dice lo de “Solo quiero implicación”. Eso me dice. Siempre lo dice. Una
frase manida. Un rostro sin cejas ¿Qué quiere decir implicación? ¿Que compre un
libro de cocina? ¿Que tenga el suelo de la casa como Míster Proper? “Me estoy
implicando”. Balón fuera. Que no se acerque al área. El mayor llora. Seguro que
el pequeño le ha dado una patada. Me la ponen larga. Zanjemos la contra: “Te
dejo que Luis está llorando”.
17:07
Acelero el coche. Botas puestas, en
pies pequeños. El entreno iniciado y como siempre llegamos tarde. La puta
siesta. Siempre la siesta. Jodidas costumbres impuestas por el sol. Eso es, el
astro rey. Pero a las cinco el entreno no se perdona. Aparco en batería y de un
salto salen mis zagales. Veo cómo se pierden, entre las rejas y el albero. ¡Qué
alegría de zancadas! Años de baile entre infantiles, cadetes y juveniles
mayores que yo llaman a la puerta. Siempre en categorías superiores. Cojera
arriba, cojera abajo, trastabillando me apoyo en el metal. Mis hijos al trote
mientras el resto está con series de velocidad. “¿Qué hay Manuel?”, me pregunta
Lucio. “Ya ves, Lucio, Los Lunes al sol,
como en la película”. Se interesa por la película. Sabe de alineaciones del
Sevilla más que los propios periodistas locales, pero de cine no tiene ni idea.
Un espécimen fácil de etiquetar. Un tipo sin un plan B. Conserje en un club de
barrio. Hombre de transistor. “A barbecho Lucio, sigo a barbecho”. Alrededor
algún padre mantiene viva las ensoñaciones. Gente sin vida que ya no echa la
lotería, pero tiene un hijo que patea un balón. Perdedores a los que nadie hará
una canción. A los cuatro y a los seis años todos los futuros son posibles.
Pero el tiempo es contundente haciendo selección. Yo sigo parado, en ese anden,
sin más futuro que el inmediato. Mis hijos han empezado a tocar el balón. Bajo
la sombra de un ciprés un par de madres hablan de sus cosas. Maridos poco implicados,
entiendo.
18:23
Los chicos están recién duchados.
El sol calienta el alma. Cuatro moscas revolotean a mi alrededor y Loli me
pregunta por la consumición. “Dos Fantas de Naranja y un Coca Cola”. Sonríe.
Sabe la sorna con la que digo lo de un
Coca Cola. Luego se agacha. El escote es generoso, en consonancia con sus
pechos. Un gozoso minuto de recreo para un alumno que lleva meses castigado.
Será la penitencia a algo. Y entre sus dos tetas, prietas y generosas, veo el
cruce. Un punto de inflexión para un lunes al sol, que sigue a otro lunes, y a
otro. Semana infinita en una vida que no termina de llegar. Lola es tan fácil
como su nombre. Se permuta Carnicera por Camarera de cantina en club de fútbol.
No es el mejor de los cambios. “Mucho azúcar para los chicos”, dice mientras
vierte el líquido. El poder devastador de lo correcto no respeta ni las
esquinas de los barrios. “Para algunas vidas, todo el azúcar del mundo resulta
insuficiente”. Le guiño un ojo. Un hombre cojo con algo de sobrepeso esperando en
el andén de una vía muerta tampoco es el mejor postor. “Gracias guapa”.
19:04
Paso una página e intento leer. Las
mujeres que hay en el parque me distraen. Hace tiempo que no leo ninguna
novela. Pero esto es un libro de relatos. Soy consciente de que personajes como
yo se salen de la máquina. Etiquetar deja a demasiadas personas al margen. Con
un libro yo debiera ser profesor, contable, bibliotecario o, en el peor de los
casos, entrenador de baloncesto. Espero que alguna de esas mujeres, que no son
la madre de Zaira pero tampoco la desmerecen, me pregunte qué leo. Pero eso no
pasa. Cada dos por tres miro a ver dónde está el pequeño. Esa es una simple
excusa. Siempre colgado. Trepando, aspirando a lo más alto. “Se regala
cachorro”, podría ser el anuncio en el que una foto de mi mirada de los lunes
ocupara el resto del folio. Pero con cuarenta nadie es demasiado joven, y mi
cojera impide pensar en una gloria futbolística pasada. Además el fútbol es
deporte de lelos. Raúl y Ronaldo hicieron mucho daño. Frases del palo no vamos a tirar los brazos ni a bajar la
toalla lo explican todo. Valdano lo quiso arreglar pero se pasó de rosca.
Yo sin embargo aquí ando. Con un libro en la mano, esperando ese centro que
nunca llega. “Sí, es un libro de relatos de un concurso que gané”. Testarazo a
la escuadra. Un intelectual se puede permitir cierto sobrepeso, la barba de
tres días y una mujer que le grita vago cada dos por tres. Un ex futbolista
casado con una psicóloga no entra en esos cánones. La bella y la bestia. Esa podría
ser nuestra historia si no se hubiera cruzado Alfaro.
19:19
“¿Cómo va la tarde?”. Llamada de
rigor, doblando jornada. La familia se preocupa. Eso le pasó a del Nido. Entre
entrenador de la casa y sobrino siempre gana sobrino. Mi pequeño, el de cuatro
años, está desafiando la gravedad sobre unos tubos, y un niño que le dobla la
edad se le parapeta enfrente. “La tarde va”, susurro cargado de desidia.
“¿Estás fumando?”. Esa es la frase que más le repito. Interrogación versus
negación. De eso murió Cruyff, pienso, pero de momento no lee mis pensamientos.
El niño que dobla en años al mío resulta ser un joputa. Le intenta desestabilizar en lo más alto. Así son los
niños: aprendices de adulto. Al otro lado del teléfono la respiración
entrecortada de mi mujer se excusa. Desde que dobla jornada apenas nos vemos.
Rounds nocturnos para acostarnos calentitos. El teléfono es más apaciguador. Mi
hijo no se achanta. Así me pasó con Alfaro. El Maño acababa de llegar al primer
equipo y me invitaron a una pachanga con él. Todo lo bueno y lo malo de los
futbolistas cabe en una pachanga de un cuarto de hora. “¿Y el curro bien?”.
Frases dichas con voz de autómata. “Rota”. Siempre rota. La Rota. Rota de
sustantivo o de adjetivo, podría preguntarle. A quién le importa. Hay que
descansar más, pienso. Menos mal que sigue sin telequinesia. Mi hijo se cuelga
y esquiva al abusón. Cintura para un lado, piernas para otro y caño. Nunca
hagas un caño al nuevo de la clase. “Nos vemos luego. Un beso”.
19:20
Una mujer se acerca y me pregunta
si aquel de allí, el que le acaba de dar plantón al abusón es mi hijo. “Sí que
lo es señorita, ¿por?”. Desconfianza por bandera. Las madres son lobas
asustadas con dientes largos. “Tiene dotes para la escalada”. ¿La escalada?
Alguna vez escuché que era un ajedrez vertical. Podría ser un plan B. Algo con
lo que focalizar energías. Miro a la mujer. Es bastante menos que la madre de
Zaira o que Lola, pero su mirada tiene algo. Inteligencia, viveza… no sé
exactamente qué es, pero es algo. “¿Sabe usted algo de escalada?”. Preguntas y
más preguntas. Por hablar, compartir… acciones en desuso en la era digital. “Tutéame,
por favor”. El balón se cuela por el hueco y salgo a la carrera. Demasiados
metros para un delantero cojo. Tras una conversación me acuerdo de la noticia. “La
escalada ya es olímpica”. Y colgado de la vertical no hay Alfaro que te saque
del juego. “Encantada de hablar contigo” me dice tras veinte minutos, con mi
pequeño a cuestas. Se va otro barco a su pantalán. Yo soy sin embargo hombre de
andén.
20:01
Me adelanta un SAAB. Los niños se
pelean por una botella de agua. Los niños se pelean por todo. Ya saben que en
la vida, nadie regala nada. Y con el SAAB, viaje al pasado. Así iba, con el
SAAB al entreno. También aquel día que me invitaron a jugar contra el primer
equipo. “Chicos queréis dejar de gritar”. Las pesadillas también requieren
concentración. El SAAB se escapa, como el Mercedes Blanco que cantaba Kiko,
camino de la feria del ganado. Siguen a lo suyo. Encarando portería lo vi
claro. Con la diestra, puntita por aquí, cadera rota y apertura de piernas. ¿Una
invitación a colarla por el puente? Tal vez. No lo pensé. Un buen delantero no
lo piensa nunca: caño y saltito. Así se combate en esta vida. “Queréis dejar de
gritar de un coño de una vez”. Se miran contrariados. Encaro portería y ZAS.
Noto el contacto primero, el crujido después y el dolor llegando. Clímax del
malo. El conocimiento por los suelos y todo blanco. En el hospital me operaron
de urgencia. Nada volvió a ser como antes. Me dejaron el andén y la vía, pero
se llevaron el tren. En la maleta solo había vendas. El puto Maño se disculpó.
Mi coche seguía en la puerta de los campos, dos semanas después de ese entreno.
Doy el intermitente, pero una señora vacila si cruzar o dejarme pasar. Señora espabile. Joder, con la
indecisión.
20:35
“¿Otra vez hamburguesas?”. Comida
gratis para una familia pobre. “¿Qué quieres cenar: caviar o marisco?”. Tenso
los músculos de la cara hasta que se tuerce la boca. Es lo más parecido a una
sonrisa. Necesito una táctica. Todo el mundo necesita una táctica. “No jodamos
también con la cena”. Demasiado largo el día para pensar en una táctica. “Vaya
mierda de cena”, suelta el grande. Siempre hablando así, con palabras
malsonantes. “Quieres dejar esas jodidas palabras para cuando te hagas mayor”.
El pequeño es más educado. Un diamante en bruto. Saco el móvil y busco
información sobre escalada. Sponsors, marcas, caché… Nada de nada. El mundo freelance, la vida pirata. Colgados todo
el día como lagartos. De aquí para allá. Tal vez no esté tan mal. Quién sabe.
Igual le va mejor que a mí. Así es a veces la vida. A quien todo lo tiene,
Alfaro se lo quita. Y lo que del Nido prometió, a un sobrino se lo dio. “Si no
os coméis toda la hamburguesa no hay premio”.
21:25
En media hora llega mi mujer. Los
pequeños en la cama, con la tablet
bajo la sábana, viendo dibujos. Es un acuerdo al que hemos llegado. Tirado en
el sofá, todo acuerdo parece bueno. Luego, cuando ella llegue, apagarán los
aparatos y se harán los dormidos. Como del Nido cuando le pedí explicaciones.
Le faltó decirme: “a ver si te crees que yo voy prometiendo puestos a cualquier
hijo de vecino”. Saco una cerveza del congelador. Esa era la promesa. Adiós a
las cervezas yo, adiós a los cigarros ella. Las gallinas que salen por las que
entran. Prohibiéndonos vivir la vida. Plan de pensiones, pero sin plan de
presentes. Una vez me tocó un premio literario. Leer en el fútbol está mal
visto. Como ser mariquita. Nadie quiere ducharse con un bujarra, ni hablar a alguien que construye oraciones largas. Algo
supersticioso, cuestión de ignorancias. Apuro la cerveza. Cojo otra. Siempre
hay algo a lo que agarrarse.
22:06
Escucho pasos. Los pequeños se
revuelven. La puerta de casa se abre, al tiempo que se apaga la luz del cuarto
de los pequeños. Me acerco a darle un beso. “Hueles a alcohol”. Así son las
cosas. Primer round del decimoctavo
combate. El boxeo no es como el fútbol. Es más directo. Nadie espera un
caño para justificar las acciones. Y tú
hueles a tabaco, pienso. Pensar es lo más prudente que se me ocurre. Prudencia y elegancia. Pero faltan golpes
certeros. “¿Qué han cenado?”. Cenar es de ricos. Un lujo en consonancia con
esta casa que no nos podemos permitir. Aspirar a ser un gran entrenador es
mejor que aspirar a ser un gran futbolista cuando eres cojo. “Han cenado
hamburguesa”. Esa es la última respuesta antes del nuevo envite. “Joder, te
dije…”. Me cierro atrás. Todo el equipo apelotonado en el área. Nada me puede
salvar del presente. O tal vez sí. Cerrarme atrás. Catenaccio italiano. Mientras ella finta y
golpea. Luego se duchará y mirará un rato la tele. Para acostarse sin un adiós.
Sigue hablando. No escucho lo que dice. Esa es la táctica. Balón que caiga en zona,
al campo contrario. Tener un Plan B a veces es bueno. Mantener el partido en
empate, ahora resulta fundamental. Luego tal vez, pueda beberme otra cerveza.
No hay nada mejor que hacer en un andén en vía muerta.
Me ha gustado mucho cada pequeño retazo horario de la vida, dura, pero bien descrita, con ese toque de sonrisa que saca el símil futbolistico en cada caso.
ResponderEliminarSalud
Juanlu, me alegra que te haya gustado. La verdad es que las metáforas de fútbol y la historia entrelazada que cuentan es una buena argamasa para que el relato tenga más aplomo.
EliminarGracias por visitar el blog.
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