INSTRUCCIONES PARA MORIR POR AMOR (Ganador del Relato Monegrino del Concurso de Relatos de Tierra de Monegros 2016)
Levántate
tarde. Es un sábado más de julio en el que de manera inusual libras. El
restaurante donde trabajas está siendo reformado. Repasa mentalmente cuando fue
el último fin de semana que tuviste para ti. No lo recordarás. No te preocupes,
tampoco importa. Ponte en funcionamiento, pues ocasiones como esta se presentan
muy rara vez.
Coge
el móvil y envía un par de wasaps a los dos amigos que todavía no se han ido de
vacaciones. Luego comprueba que en casa no hay nadie más. Dúchate durante un
buen rato y antes de desayunar líate un cigarrillo.
Piensa que no hay nada como tomar un café con tostadas y hambre atrasada de
siete perros.
Mira
el móvil. Ninguno te ha respondido. No le des importancia, ya lo harán. Termina
de vestirte y échate ese desodorante que tanto anuncian en televisión. Eres
demasiado joven para dejar correr la oportunidad de triunfar un fin de semana y
aunque sabes que todo lo que dicen en publicidad es susceptible de ser falso,
nadie ha realizado ningún estudio para desmentirlo y mientras no lo hagan, tú
seguirás utilizando ese desodorante. Luego cálzate, y vuelve al baño para contemplar
esa cara tan bien hecha que te han dado tus padres. Algo bueno tenías que haber
heredado. Coge las llaves de la moto y las de casa y sal por la puerta.
Dirígete
al Parque Labordeta. Encontrarás al Negro con sus trapicheos. Interésate por
cómo le va la vida, antes de pillarle una piedra.
Dejará caer que como siempre, que su madre le quiere echar de casa, y que no
encuentra curro, que el otro día la policía le paró pero que no llevaba nada…
También mencionará, de pasada, que lo ha dejado con Lola, que estaba cansado de
ella y que todo eso. En ese instante el mundo se detendrá mientras sus labios
siguen moviéndose. Muéstrate empático, asiente a todo lo que te cuente, aunque
no lo escuches. Mientras tanto imagínate al lado de Lola. Menuda mujer. Llevas
media vida detrás de ella, desde que la viste entrar en Segundo C. Parecía que
iba flotando. Pero desde que la conoces esta es la primera vez que parece estar
sin pareja. De vez en cuando mirarás al Negro, y dejarás caer vaguedades
mientras te lías el segundo de la mañana. “¿Lola sola?” sonará en tu cabeza.
“Lola sola” repetirá tu cerebro. Mientras tanto tú hablando con el drogadicto de
su ex. Dale varias caladas, y déjale el resto al pequeño traficante. Vuelve a
mirar el móvil. Tienes varios wasaps. Queda con Luis y Víctor para comer en la
del Mostaza.
Llegas
temprano, con una sonrisa de oreja a oreja. Víctor te pregunta qué te pasa. Coméntale
que acabas de ver al Negro, y que te ha mencionado lo de su ruptura con Lola. Verás
cómo se le cambia la cara. Luís ni se inmuta, pero el listo de Víctor seguro
que ha pensado lo mismo que tú. Entre hamburguesas, kétchup y mostaza el primero
os comenta que lleva toda la vida, desde que la conoció en el instituto, detrás
de ella, pero siempre estaba con alguien. Tu corazonada era cierta. Imagínate
al listo de Víctor con Lola. Son el día y la noche. Tienes que hacer algo, no
puede ser que ese buitre se adelante. Tras las hamburguesas y las patatas toca
el postre. Os vais al Presco con las motos a tomar un helado. Cuando llegas, el
otro ya está mandándole un wasap a Lola. Los treinta grados a la sombra obligan
al helado y la actitud impaciente de Víctor invita a partirle la cara. No lo
hagas. Recuerda que es tu amigo desde el colegio y si le has aguantado todos
estos años, aguantarle otros tantos no debiera ser difícil. Mentalmente
justifica su actitud diciéndote que si es así de egoísta es porque es hijo
único. Tómate el helado con calma y deja que Víctor se haga ilusiones. Entre tú
y él no hay color. Y aunque es más lanzado, cuando tú saques la artillería se
va a quedar compuesto y sin ese bellezón.
Antes
de que terminéis de saborear el helado, os dirá que ha quedado con la sureña
para tomar café. Os preguntará si os apuntáis con la misma desidia con la que
tú llamas a tu abuela todos los viernes por la tarde. Luis dirá que no, pero tú
siempre has querido estar con Lola, desayunar con Lola, comer con Lola y
cenarte a Lola. No son momentos para que tires de cortesía y le dejes paso.
Verás un rictus en la cara de Víctor que no conocías. Es una mezcla de sorpresa
y amargura. Dale una palmadita en el hombro, y dile que hace bastante que no la
ves, y que te apetece pasar un rato con ella. Además señala que todavía es una
mujer soltera, o eso creéis, y que por lo tanto no vas a rendirle pleitesía a
nadie. Su cara de extrañeza se tornará en decepción y rabia, pero no te
preocupes, ya se le pasará. Sin que os deis cuenta Luis ya está enfilando la
calle en dirección norte, hacia su casa. Os despedís de él a gritos.
Con
las cartas sobre la mesa, llegáis rápido a la cafetería en la que el listo ha
quedado con la sureña. Durante el camino que recorreréis andando, no
intercambiaréis palabra alguna. Pese a ser buenos amigos, cuando hay una chica
por medio, hay que sacar el sable y batirse como caballeros. Ya allí, ante la
ausencia de Lola ambos os pedís una copa. Víctor un gin-tonic, tan snob como
siempre, y tú te pides una caipiriña, fiel a la tradición. Ves como entra un
grupo de chicas, y tras escrutar cada uno de los veraniegos vestiditos que las
envuelven deseas que tu acompañante se fije en alguna de ellas y se olvide de
Lola. Siempre has sido muy fantasioso, ya lo decía tu madre. Te sobra tiempo
para construir una bonita historia de amor entre la más alta y él, tu amigo
ajeno a todo juega con el mechero. Al cabo de un rato ambos miráis la hora en
el reloj de vuestros móviles. Pasan treinta y seis minutos de la supuesta cita.
Casualmente Lola entra por la puerta con un trapito ceñido a ese cuerpo tan
desprendido en curvas. Pese a su metro cincuenta y cinco, transmite algo mágico
que os cautiva. El camarero le hace un escáner similar al que estáis ejecutando
Víctor y tú. Os levantáis para darle dos besos, y el otro le da tres con la
excusa de que las niñas bonitas vienen con uno de regalo. Levántate y vete a la
barra. Desde allí pregúntale qué quiere. Se pedirá un roncito. Ya en la mesa le
lloverán preguntas. Os contestará con ese tono meloso que tienen las chicas del
sur, dejando que las palabras se mezan entre los algodones de sus agudos, rotos
por ese seseo tan impropio en los zaragozanos. Los dos embobados recorreréis
varias veces la distancia que separa sus labios de sus ojos, empleando todos
los gestos y ademanes que denoten escucha activa. De vez en cuando mírale con
disimulo los pechos. Puede ser primitivo, pero te sale de manera natural y
además denota un interés mayor al de una simple amistad.
Pasadas
dos horas los tres tenéis una cierta chispa producida por el poderoso influjo
del alcohol. El listo introducirá entonces el tema de los festivales. Es su señuelo.
Siempre que quiere ligar lo hace para sorpresa de todos sus amigos, pues solo
habrá ido a un par de ellos en toda su vida. La guapa os señalará que el año
anterior estuvo con el Negro en el Festival de los Monegros, y que se lo
pasaron en grande. El otro, con el afán de protagonismo, la interrumpirá
comentando que no entiende como tiene éxito un festival en medio del desierto.
Es tu oportunidad. Dile a Víctor que es más de pueblo que las boinas. Siendo de
Zaragoza debería estar penado ese tipo de comentarios. Explícale con el mismo
tono condescendiente con el que le hablarías a tu sobrino de cuatro años, que
realmente la zona de los Monegros es árida pero que está lejos de parecerse a
un desierto. Coméntale que de hecho en esa zona puede encontrar agricultura, y
si no se lo cree un día le llevarás de la manita. A Lola parecen divertirle tus
comentarios, pero no te pases pues los excesos generan el efecto contrario.
Tras una pausa él intentará envestirte exponiendo lo ridículo que resultas
cuando te pones pedante. Espétale que confunde conocimiento con pedantería, y
que no hable si no sabe.
Lleváis un cuarto de hora con ese tema. De vez en cuando ojeas cómo Lola sigue la discusión. De momento no parece aburrirse. Entiendes que con las tonterías que está soltando tu amigo es normal. En ese momento Víctor empezará a divagar con las temperaturas, que si seguramente sean superiores a las normales, que nadie puede aguantar pateando sin agua por los Monegros en verano, que por mucho que trabajes en un restaurante y te nutras de la sabiduría popular agazapado detrás de una barra, no lo sabes todo... Enfádate. Estás cansado que el pijo saque su superioridad académica a relucir. Llámale patán, y dile que por muy bien que se le den los estudios, no tiene ni idea de nada, que es tan torpe que con veinticinco sigue viviendo de la paga que le dan sus papás, y que tú has pasado los veranos de tu infancia en Sariñena y que algo sabrás del clima. Después búscate disimuladamente en el cristal y comprueba que no estás sonrojado. Sabes que la afirmación que has hecho no es del todo cierta y que aunque tu padre sea de Sariñena, apenas habrás invertido un par de quincenas de tu vida, pues la relación de tu madre con la familia paterna no ha sido nunca la más fluida.
El
tema parecerá agotado y de hecho la sureña empezará a bostezar. Consciente de
que hay que echar más leña al fuego Víctor decide plantearte un órdago y te
comenta que tan listo que eres y tan poco desierto que resulta ser los
Monegros, a que no tienes coraje de recorrer una distancia de cincuenta
kilómetros sin agua. Ríete a carcajadas. Muéstrale todos tus dientes, como si
fuera un niño pequeño del que se mofan sus padres. Hazle una carantoña para que
la burla sea más evidente. Te mirará desconcertado, como si no supiera a que
viene esa airada respuesta. Le pondrá precio a la apuesta. Mil euros. Ni te lo
plantees, no estás para esas chiquilladas, ya eres mayorcito. Además aunque no
sea un desierto al uso, calor en esta época hace hasta en Groenlandia. Cuando tienes
clara tu posición Lola apuntillará que le parece muy buena idea, y que le excitan
los chicos que los tienen bien puestos. El comentario ha sido como un soplido
sobre tu castillo de naipes. Se derrumbarán todas tus certezas y aunque en un
principio creerás que tal vez la chica sea más infantil de lo que te creías,
pronto dejarás paso a una realidad más rotunda: “sea lo que sea, está muy buena”.
Te pararás un segundo y colearán las dudas: “A lo mejor el Negro con todas sus
cosas de pequeño diler de barrio
tiene más sentido que Víctor y tú juntos. O a lo mejor no, pues una Lola como
premio final es mucho más que mil euros”. Acepta la apuesta, pero no te
precipites, hazte de rogar con el mítico: “no me vuelvas a decir eso Lola o me
lanzo al ruedo”.
Tras
veinte minutos de entretenida divagación ya estáis buscando en internet una
ruta posible. Cuanto bien han hecho los móviles- comentas. Arrepiéntete más
tarde de la afirmación, pues pese a los avances tecnológicos no localizáis un
sendero con las características que estabais buscando. Mientras en la copa se
derriten los últimos hielos que han servido de aliados en vuestra obstinada
lucha por terminar con el alcohol de ese lugar. Lola planteará abandonar el
local, para ir a dar una vuelta. Os miráis ambos, y afirmáis sin dudarlo. Si
Lola pide algo, ya estáis tardando. En la calle Víctor sugiere alternativas para
el reto, Lola mantiene un juego entre sus piececillos y los adoquines, y tú te
lías el tercero del día y primero de la tarde. A Lola se le ha ocurrido una
idea que comenta en alto -buscad rutas de bicicleta, a lo mejor encontráis
algo. A veces resulta tan certera como tu madre cuanto te planteaba
alternativas inteligentes ante las enconadas discusiones que mantenías con tu
hermana. Media hora después, sentados sobre un banco, ya habéis decidido el
recorrido. Te llevarán a Villanueva de Sigena donde emprenderás el camino hasta
Valfarta y de allí paralelo a autonómicas irás a Castejón de Monegros, donde te
estarán esperando tus amigos, con mil euros en el bolsillo y una sureña
afincada en Zaragoza, abrumada ante tanta hombría.
Ahora
solo queda negociar los pormenores. Comenta que el dinero tiene que estar a
buen recaudo, para que nadie se eche atrás. Decidís llamar a Luis para hacerle
partícipe, pues a los tres os parece bien que él haga de árbitro. Tras
contactarle os reunís en La Gramola. Entre una cosa y otra ya son las nueve de
la tarde. Aprovechando el cambio de rumbo Lola os dice que se tiene que
marchar, que ha quedado a las nueve con un amigo y que ya llega tarde. Te cae
como un jarro de agua fría, pero lejos de venirte abajo le comentas que la
quieres ver mañana madrugando para que sea testigo de tu hazaña por ese gran
desierto que esconde Aragón. Conseguirás arrancarle una sonrisa, ante la
impávida mirada de Víctor que debe estar rumiando sobre el posible competidor
por el que os abandona. Establece la hora y el lugar en la que la recogeréis
pues conoces a Lola y una sonrisa no es garantía de nada. Al final, tras tanta
insistencia accederá a acompañaros. Quedáis en pasaros a las ocho por su casa. Tras
despediros de ella permaneceréis un rato callados. Te das cuenta de que a
Víctor le han echado el mismo jarro de agua fría, y los dos podríais estar
tiritando, pero vuestra condición de “machotes” os impide lamentaros. En tu
interior eres consciente de que nada está perdido y depende del buen papel en
la apuesta que termines conquistando a ese amor platónico del instituto.
Al
poco de irse Lola con el desconocido aparece Luis, que con tono guasón te
empieza a hacer preguntas sobre el reto. Tras el vacile pertinente cerráis la
apuesta. Aunque en un principio la idea es que vayas con una botella de agua,
declina esa posibilidad, pues cuando se hace algo se hace a lo grande y tus
ganas de impresionar sugerirán que solo lleves lo puesto, que para algo has
dicho que eso ni es un desierto ni es nada. El dinero, los dos mil euros, los
llevará Luis en un sobre, y se los dará al ganador. Serás tú si completas el
recorrido sin llamarles por teléfono, y lo será Víctor si en el medio del mismo
les pegas un toque para que te vayan a buscar. Eso sí, dado que no hay agua
acuerdas no tener un tiempo marcado, entre otras cosas porque desconocéis lo
abrupto del terreno, y tampoco es que tú seas un afamado senderista que maneja
bien los tiempo de tu alegre marchar. Para moverse utilizarán el todoterreno de
los padres de Víctor, con el fin de que la logística no falle y puedan acceder
a cualquier rincón en el que desees rendirte. Lo que resta del tiempo hasta que
te vayas a descansar pásalo hablando de la apuesta, comentando lo equivocado
que está Víctor de sus predicciones y lo bien que te va a venir su dinero.
El
día ha estado bien, y si no hubiera surgido el envite, seguramente agotarías la
noche entre locales, copas y ocurrencias (comprobando la eficacia del
desodorante). Pero hoy no toca. Despídete antes de las doce. No sabes de dónde sacará
Víctor el dinero para tener mañana todo el importe, pero tú necesitas acudir al
cajero en días distintos al tener un tope, además estaría bien que durmieras
unas horas. De camino a dónde has dejado la moto imagínate un mundo perfecto,
mientras te lías el último cigarrillo del
día. Sigues siendo un soñador como cuando tu cerebro se perdía los dictados en
el cole persiguiendo alguna musa. Ahora las imágenes que te llueven son las de
Lola dándote un pico tras completar la jornada en tiempo récord. Llegarás al
cajero sin darte cuenta. Saca quinientos euros, y espera a que el reloj cambie
de día, para sacar otros quinientos. Métete el fajo de billetes en el bolsillo,
y completa el recorrido hasta la moto desconfiando de todos los transeúntes, pues
encima escondes más de un jornal.
Ya
en casa, déjate por mentiroso y líate, ahora sí, un último cigarrillo. Tus padres todavía no han vuelto. Los sábados suelen
quedar con los amigos para tomar algo. Déjales una nota explicando que mañana
te vas con los colegas a dar una vuelta y comer en Sariñena, que te ha entrado
la nostalgia. Luego tírate en la cama. Da cinco vueltas para un lado, y tres
para el otro. Repite esa acción tantas veces como sea necesario hasta que por
agotamiento tus parpados te sumerjan en un profundo sueño.
A
la mañana siguiente el móvil sonará repetidas veces. Lo apagarás como suele ser
habitual. Y a los diez segundos lo volverás a escuchar. No es la alarma, es Víctor.
Tanto cigarrillo, tanto cigarrillo has olvidado programarla. Son
ya las ocho, y a esa hora teníais que estar a los pies del piso de Lola. Pide
disculpas y comenta que tardarás muy poco. Coge el calzado de salir a correr
que hace medio año que no utilizas, y ropa cómoda. Unos pantalones cortos de
jugar al futbol y una camiseta. Mete una sudadera en la mochila, el móvil y no
te olvides del dinero de la apuesta. Cuando vas saliendo por la puerta,
recordarás que no llevas las gafas de sol, vuelve sobre tus pasos y mételas
también en la mochila. Abajo te encuentras a tus dos amigos. Te recibirán con
una enorme sonrisa, y afirmarán que ellos no tienen prisa y que a ese ritmo
cuando comiences a caminar el sol va a estar en todo lo alto.
Con
Víctor al volante os plantaréis en media hora en el portal de Lola. Y a las
nueve estaréis tirando para el desierto de los Monegros. Lola sigue igual de
guapa que el día anterior, y se acopla a vuestras bromas con la misma armonía
con la que una bandera baila al son del viento. De camino a Villanueva de Sigena,
nada más salir de Zaragoza´s City, paráis en una gasolinera a desayunar. En la
parada Lola aprovecha para sacar, de su bolso de cuero, un mapa físico de la
zona que ha impreso de internet. Cuando te lo da, menciona que por muy valiente
que seas no tienes superpoderes y que
te vendrá bien para tener un mínimo de orientación. Le das las gracias. Abusa
del lenguaje y dile que no sabrías que hacer sin ella. Ella se sonroja
levemente, y Víctor que no ha perdido ripio, mira para otro lado. Si te habías
levantado algo dubitativo con respecto al reto, ese detalle despeja la bruma.
Antes de iros de la estación de servicio, invita Luis y te pide que te lleves
una botella grande de agua, que va a hacer bastante calor, y con el simple hecho
de caminar cincuenta kilómetros tienes suficiente. Se lo agradeces pero deniegas
la propuesta. Apelas a que lo hablado es lo hablado, y que cuando uno cierra un
trato, es de señores no modificarlo. Te replicará que tú sabrás, que cada uno
es libre en sus elecciones y esclavo de sus locuras.
Entraréis
en el coche. Mientras sigues bromeando con Lola, Víctor le preguntará qué tal
con su amigo de la noche anterior. Piensa en las malas formas. Está celoso y
ante la inclinación de la balanza intenta desestabilizarte. Lo hace desde que
erais pequeños, y te comentaba que fulanito o menganito hacía trampas en los
juegos para que tú perdieras. No le hagas caso, es todo envidia. Lola tampoco
entra en muchos detalles.
Pídele
a Luis que va de copiloto que suba el volumen de la música. Sonará esa canción
de Iggy Pop que tanto te gusta. Crees recordar que se titula “The passeger”,
pero eso tampoco es relevante ahora. Abre la ventana y saca la cabeza para
sentir la libertad de quien elige su propio camino. Una bocanada de aire
caliente golpea tu rostro. Vuelve a meter la cabeza y mira el reloj. Ya son las
diez de la mañana. El termómetro del salpicadero marca treinta grados. Se
avecina una jornada complicada- piensas. A treinta minutos del lugar, Luis
viendo tu cara de preocupación te insiste con lo de la botella de agua. Le
respondes con terquedad que no sea pesado. Lo que resta de viaje lo hacéis en
silencio con la música más alta que antes.
Al
poco Víctor pone el intermitente. Un cartel indica dirección Monasterio de
Santa María Reina. Metros después detiene el coche. Ya estáis en la pista
denominada Vereda del Sabinal, que te conducirá a Valfarta. Se bajan todos a
despedir al héroe. Los miras sorprendido. Se asemejan a un grupo de rock. Víctor
con sus gafas de aviador parece el bajista del grupo; Lola, con ese vestido
corto podría ser la cantante y Luis sin duda con esos brazos y esas barbas
sería el guitarrista. Antes del adiós te pregunta Luis si lo llevas todo. Le
respondes que te falta Lola, pero que esperas encontrarla al final del
trayecto. Lola vuelve a sonreír. Susúrrale que más claro no se lo puedes decir.
Luego vagamente les sugieres que no se preocupen, que llevas el móvil y
energías renovadas. Sin más dilación empieza a caminar. Tienes mínimo ocho
horas de paseo, y ya llegas tarde.
Atrás
tus amigos te desean suerte. Incluso Víctor. El día no es muy halagüeño para
desear el mal a un afecto. Camina a buen ritmo, y mira a tu alrededor. Todo son
cultivos. Eso no se asemeja a ningún desierto que conozcas, aunque ahora que lo
piensas no conoces ninguno. Recuerdas a Lola y el vestido. Lo bien que le
sentaba el vestidito ese. Bueno ese, el de ayer y cualquier vestido. No te
explicas cómo a una mujer le puede sentar tan bien cualquier cosa. Llevas un
buen ritmo, y el ánimo también acompaña. Te cruzas a un paisano que va en
tractor en la dirección contraria. Salúdalo. Te devolverá el saludo y se
llevará la mano a la frente. Sonríele, no sabes qué te ha querido decir pero te
lo imaginas. Al poco cruzas por un puente. Bajo el mismo un sendero pedregoso
emula el rastro de un río que en algún momento del año debe tener agua. En la
otra orilla del recuerdo te espera un secarral auténtico. Ya no hay verdes
secos, tostados. Todos son tonos apagados, ocres. El mismo color que la piel de
la sureña. Seguro que es una piel dulce. Ya la probarás- te dices. Ese color
tostado evoca otros senderos. Sin darte cuenta un numeroso grupo de gotas se ha
asomado a tu frente. Límpiatelas, o si no el boca a boca hará que sus
compañeras se asomen también. No da resultado, y al minuto tienes más de una
recorriendo tu cara, con total impunidad. Vuelve a secarte, igual no han
entendido el mensaje. La misma acción tiene como resultado un bullir líquido
por tu cuerpo. Cuando vuelves al presente, el camino pica para arriba, y las
zonas de la camiseta aledañas al cuello están chorreando. Debes estar a treinta
y cinco grados. El sol te apunta de frente con su dedo. Parece acariciarte con
la yema. No te resistas. Disfrútalo, o el camino se te hará muy largo.
El
sudor ya es parte de tu piel. Ocupa todo tu cuerpo, y tus muslos van resbalando
al contacto con el contrario. Nadie valora el sudor, pero hace que todo fluya,
que dos cuerpos ajenos resbalen, que se mimeticen, que hagan las paces con los
fluidos del otro. De nuevo piensa en Lola. Todos los caminos llevan a Lola, a
esas piernas cortitas, de gemelos marcados y muslos prietos. Sudarán como sudan
tus piernas, haciendo las paces con tus muslos. Confundiréis sudores cuando al
final ambos os rindáis al otro. Aunque tú ya hace años que te has rendido.
Ahora solo te separa un sendero arenoso de la ansiada conquista.
Paso
a paso te adentras en un terreno cada vez más yermo. Haces una pausa, para
dejar que el corazón se exprese. Llévate la mano al pecho. Nota como llama a la
puerta. Es el amor, indefectiblemente está ahí, guiando cada uno de tus pasos,
marcándote las huellas a seguir. Reanudas la marcha. Escucha como las chicharras
aplauden tu ritmo. Son numerosas, discretas… bueno, más bien son chismosas.
Siempre comentando el pasear de fulanito o menganita por tierras hostiles. Pero
ahí están, en medio de su cálido paraíso. Dueñas del silencio sepulcral de un
sendero vacío. No intentes dialogar con ellas. Son unas marujas curiosas y
extrañadas ante tu caminata.
Cómo
se va a quedar Víctor cuando pierda los mil euros y la posibilidad de tener
algo con Lola. Para un segundo. Date la vuelta. Ya has andado suficiente para
perder el inicio del camino. Estás recorriendo una zona plana aunque más alta
que lo de alrededor, y todo es marrón. El sol se ha puesto de visera sobre tu
frente, cegándote de vez en cuando pese a la protección de las gafas. Busca en
la mochila el móvil. Encuentras de camino la sudadera. No hay nada más ridículo
que encontrar cosas en una mochila que carecen de cualquier sentido. Ese lugar
no te va a dejar tregua. ¿Creías que en algún momento el calor iba a dar paso a
los vientos húmedos que azotan la costa canadiense? Siéntete ridículo, sin
necesidad que tu madre sea cómplice. Son las doce y media, te lo dice el móvil.
Llevas casi dos horas caminando, y ahora todo es cuesta abajo. Antes de guardar
el teléfono fíjate en la batería. Te queda un tercio. Tenías que haberla puesto
a cargar anoche, pero tanto cigarrillo,
tanto cigarrillo… haces las cosas
fatal. Primero lo de la alarma, ahora la batería…
El
caminar se hace más alegre, resbalando con las zapatillas sobre el polvo que
compone el sendero del Sabinal. Y tras de ti una pequeña estela de partículas
suspendidas. Todo es extremadamente seco. Como tu lengua, tu paladar, tu
laringe y tu tráquea. Imagina todos los conductos de tu cuerpo. Les pones cara,
con sus tonos rosados, completamente quebrados igual que lo está el suelo
deshidratado que vas encontrándote en el camino. Arrepiéntete un poco de no
haber traído agua. Al principio hazlo de manera leve. Una cosa es no tener
abuela y querer hacer las cosas a lo grande y otra es ser tonto de remate. Y en
esta ocasión estás más cerca del segundo perfil. El pequeño enfado se va
agrandando. Deberían poner tu cara de patán en fotografías, de frente, bajo las
letras “WANTED”. No se puede ser más ridículo- piensas. Todo para impresionar a
esa chica extrañamente atractiva, dueña de los seseos más seductores que jamás
han escuchado tus oídos. Agárrate a ella, a sus curvas, a esos ojos grandes, a
ese rescatar vestidos. Es tu tabla de salvación. Es tu meta, es el final del
camino.
La
camiseta está chorreando. Decides quitártela y colocártela de turbante, como
cuando con quince años ibas de excursión en bici con los colegas. Tu torso está
empapado, tu leve tripita es ahora una pista sobre la que se deslizan miles de
gotas, mojando el elástico del pantalón corto. Escucha de nuevo. Tus
pensamientos habían enmudecido a las chicharras, pero siguen ahí. Ahora el
rumor es más grande. Deben estar comentando lo atractivo de tu figura,
ligeramente descuidada. El sol ha posado la palma de su mano sobre la parte
posterior del cuello. Tampoco has llevado crema protectora. El calor se burla
de ti. Imagina a tus amigos, apoyados en el todoterreno de los padres de Víctor,
apuntándote con el dedo, y sonriendo. Duda, no has sido el seductor más
inteligente de todos. De hecho, tal vez hayas sido bastante torpe como
seductor. ¿Quién te manda meterte en medio de un secarral en pleno julio? Tu
madre te daría una colleja si te viera.
Tu
andar ha perdido el ritmo alegre del comienzo, es más torpe, tosco. Dejas que
los brazos avancen a su antojo. Enfádate con la decisión tomada. ¿Y si, pese a
todo, no contentas a la diva de Lola? Adiós a sus tonos ocres, al calor que
desprende su piel. Adiós a la luminosidad de su sonrisa. Las chicharras parecen
comentar la jugada. Mándalas callar. Entre tanto el móvil empieza a quejarse.
Atiéndele, a ver qué quiere. Lo sacas del bolsillo exterior de la mochila, son
las tres de la tarde y la carcasa arde en tus manos. Está en mínimos la
batería. Mientras te lamentas, pisa de costado una piedra, que como muchas
riegan la sequedad del lugar. Tuércete levemente el tobillo. Mientras caes, se escapa
el móvil que cae un par de metros más adelante. Doblas la rodilla y apareces
sentado sobre el polvo. Te duele la zona, como cuando jugabas al futbol y cada
dos por tres estabas lesionado. Se acabó. Tienes un esguince. Es una sensación
cercana, casi como de la familia, como un primo al que ves en verano. Quítate
el calzado y mira la envergadura de ese primo. Tienes el tobillo hinchado. No
es pequeño el esguince -concluye. Laméntate en alto. Grita algún improperio a
ver si amedrentas a las chicharras. Ya solo te queda llamar. Has perdido mil
euros aunque a lo mejor enterneces a Lola.
Arrastras
el culo por la tierra hasta llegar al móvil. Ahora toca la humillante llamada.
No pierdas tiempo, tampoco hay que demorar las cosas, y el tobillo así de
hinchado no requiere segundas opiniones. Marca a Luis y explícales que estás a
medio camino de Valfarta con un esguince. Le das a llamar, y el móvil termina
de agonizar. Se ha parado. Lo que faltaba. Cabréate, cógelo y lánzalo lejos a
ver si matas a alguna chicharra. Las condenadas siguen coreando tu nombre. El
sol parece darte collejas y en tu cerebro piensas en el rescate. Tu tendencia
fantástica bromea con lo sucedido. ¿Y si tu corazón decide abandonarte en medio
de la estepa? Eso no pasará. Hace calor, mucho calor, pero no tanto. Ya pero… ¿y
si se cansa de latir? No contemplas esa posibilidad. De hecho es más probable
que tus amigos se distraigan un poco y se demoren diez días. Tal vez si eso
sucediera serías alimento para los buitres y cuando encontrasen tus restos, en
el apartado de sucesos del Heraldo de Aragón abrirían con el titular “Murió por
amor”. No obstante la realidad resulta más predecible. Ponte la camiseta no te
vayas a quemar. Tus amigos pueden tardar todavía varias horas, hasta que
imaginen que algo ha pasado. Túmbate a esperarlos sobre la mochila y para
entretenerte escucha lo que dicen las chicharras pues aunque no eres dado a
cotilleos, no hay nada mejor que hacer.
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