CABALLERO DE ATREZO

Tras estrechar las manos, el uno se fue a su casa mientras el otro cerró con llave su despacho. Bajo el escritorio escondía una bolsa de deportes, y en su interior guardaba un pasamontañas y unos guantes de látex. Una vez puestos, abrió con elegancia la primera carpeta y cogió la estilográfica negra. Sobre la ostentosa silla de cuero empezó a ejecutar las firmas y uno a uno despachó todos los folios. Luego introdujo el archivo en su carpeta y ésta en la caja que ponía: Luis del Monte. Telefoneó al susodicho, del que se acababa de despedir y su lengua empezó a articular movimientos automáticos mientras su cerebro enlazaba frases inconexas: “un iluso más…”; “parecía noble…”; “fue firme el apretón de manos…”;… Al colgar, procedió a quitarse los guantes y el pasamontañas, e hicieron, como tantas otras veces, el camino de vuelta a la mochila de la que habían surgido. Cuando se disponía a salir de su oficina, tropezó con un reguero de sangre. Se agachó, arrugando el lustroso traje y vio como ésta emanaba tímidamente del archivador que acababa de guardar, en cuyo frontal se podía leer: “Préstamo Hipotecario”.

Comentarios

  1. Vaya, qué desenlace!
    Los ilusos no son ilusiones, estaban vivos!
    Excelente racconto Cc.
    Abrazos.

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    Respuestas
    1. Gracias Genessis. La verdad es que nació como crítica hace un par de años al sutil engaño de la vivienda, que tantos quebraderos de cabeza nos ha dado a los españoles.

      Me alegra que te haya gustado.

      Una perta gorda.

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